El Comienzo de la Historia
Aquella
tarde comenzó de una forma especial. Ale vino a buscarme con Mari al Cirse, y
ansiosos salimos llevando la esperanza y el deseo esculpidos en la cara.
Camino al río, a Tigre, veíamos como las últimas hojas ya resecas recordaban
en las ramas que es invierno. Era un horario algo raro, de esos en que casi
nadie va para el río, a la guardería. Sólo conocido por mí en aquellas
añoradas y no tan lejanas épocas en que los miércoles iba a la isla tan solo a
tomar mate y descansar a mitad de semana.
Mientras escuchaba música en el auto, no podía contener un alud de recuerdos
inundando mi pecho, que sin embargo resistía estoicamente los embates de una
melancolía desmadrada. Recuerdos de joven, recuerdos de compañía no hace
tanto.
"No voy a caer en la trampa de la nostalgia", me
dije, tratando de creer lo que acababa de decir, sin embargo en el fondo de mi
ser dudaba profundamente de que fuese capaz de ganar esa pelea.
Entrando a la guardería La Rampa, después de pasar el puente metálico sobre el
río Reconquista, saludé para mis adentros a los mismos personajes imaginarios
de siempre, los mismos lugares de siempre, el mismo río de hace treinta y pico
de años, donde están los mismos barcos de siempre, esperando quizás… Todo
estaba igual, salvo que ese día no sería igual.
En la guardería tuvimos que
esperar. Habíamos convenido ver la pilotina en el lugar.
Los mismos pensamientos y recuerdos que me asaltaron en el auto estaban ahora
librando otra batalla más intensa dándome una sensación de desconsuelo, un
vacío y una soledad como jamas había sentido en los últimos tiempos. Sólo la
frescura de Alejandro, su compañía, su particular forma de interés por las
cosas, me hacían recuperar la realidad, la ilusión y pensar, al contrario, en
un futuro de incontables y maravillosos derroteros que se insinuaban
seductores ante su mirada ansiosa.
Mientras esperaba que bajaran de la cama el barco, pensativo, casi con la
mente en otro lado, recordé el día que tomé la decisión que en minutos se
podría convertir en el principio de una realidad.
Fue un jueves por la tarde cuando después de buscar durante días, de
consultar, llamar y navegar a toda hora, por fin estábamos frente a frente.
Fue una muy breve presentación. A pesar de gustarnos, especialmente a Mari
según me pareció, el temor a lo desconocido hizo que a pesar de habernos
mirado a los ojos, pasáramos por otros barcos y otras historias antes de
regresar.
Pasaron unos cuantos días y la pilotina siguió presente como opción, firme
como opción.
Era un sábado nublado, el clima
estaba muy pesado, lloviznaba desde hacía algunos días, y finalmente
regresamos para que comenzara la historia.
"Hola compañero, gracias por tanto, buenos vientos".
De un vistazo inquisidor recorrí toda la cubierta, descubrí algún que otro
magullón producto de las experiencias vividas en el agua, la pintura pálida
por el tiempo y el descuido, el brillo de la madera pidiendo renacer.
Salimos a probarla. Comenzó a evolucionar en el Luján, sin temores, sin
compromisos, sin prejuicios. Su agilidad justa, su ingrávido rolido, su
nerviosa movilidad fueron la más grande sorpresa.
Fue ese el instante donde la magia nació, en el que la complicidad comenzó y
cuando el hechizo se conjuró.
Fue ese el instante en que la ilusión se transformo en fascinación y el
monstruo devoró el raciocinio dejando sólo ojos para imaginar…
Así, acababa de tener la certeza intima e irremediable de que ya nada seria
igual, de que aquel barco sería mi refugio intimo e inexpugnable, que
compartiríamos el destino como dos viejos problemáticos.
Los días y las agradables brisas de infinitas tardes de verano y las mieles de
incontables momentos incubados al abrigo de esta pintoresca embarcación,
llenaron sin compasión todos mis pensamientos.
Quedé parado en la costa, sintiéndose más feliz, más pleno y más acompañado
que nunca, viendo como la silueta del barco comenzaba a alejarse lentamente,
recortada sobre los grises furiosos del atardecer.
Durante los días siguientes
tuve la secreta esperanza de que algún suceso imprevisto revirtiera lo que ya
parecía irremediable y efectivamente estaba a punto de suceder.
Me confesé que en el fondo siempre había querido que esto pasara. Admití
sentir cierta admiración por aquellos que navegaron siempre y empecé a
comprender lo qué significa un barco, la complicidad, el desvelo y tantas
otras cosas.
Pienso en comenzar a sacarle la carpa al barco, en descubrir sus innumerables
tradiciones marineras, esas que ya vivió en sus años de río y quizá no pueda
conocer, o los obligados rituales a bordo que compartirá la tripulación que
nos acompañe, como la que impone la necesidad de nunca mencionar lo bien que
esta funcionando el motor, "el viejo",Mercury, como se apoda desde ahora,
confiriéndole de alguna manera una personalidad definida y comportamientos
casi humanos, que no debe ser invocado para evitar la fatalidad irrevocable.
Pienso en guardar prolijamente sus elementos, en ver el funcionamiento en
todos sus detalles, en alargar esos momento lo máximo posible... recorriéndolo
lentamente de proa a popa con la mirada atenta, como una madre revisa a su
hijo antes de que salga a la calle, a la escarcha del invierno brutal.
Así las cosas, llegó el momento en que todo estaba listo y fui a buscarlo, a
decidir este amor, a decidir esta historia, llevándolo a otra casa, a otro
lugar del mismo río.
A medida que me acercaba, un
nudo se apretaba fuertemente en mi garganta.
Después del viaje cuando lo guardaron en su nueva cama y cuando empezaba a
dormitar lentamente le dije "Adiós compañero, gracias por tanto, buenos
vientos, hasta la próxima " y me di cuenta que finalmente la melancolía me
había ganado la pelea, era el precio que tendría que pagar de ahora en más
para comenzar otra etapa de mi vida, un tiempo bueno.
Gracias a Javier N. Larré Oroño
por algunos pasajes de sus cuentos.
Ricardo Martínez
Patrón del POCHOLO
Agosto 2005